martes, 27 de noviembre de 2018

La calle

Es una calle larga y silenciosa.
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
y me levanto y piso con pies ciegos
las piedras mudas y las hojas secas
y alguien detrás de mí también las pisa:
si me detengo, se detiene;
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
Todo está oscuro y sin salida,
y doy vueltas y vueltas en esquinas
que dan siempre a la calle
donde nadie me espera ni me sigue,
donde yo sigo a un hombre que tropieza
y se levanta y dice al verme: nadie.

Octavio Paz



Aunque este sea uno de los pocos poemas que he leído, me fascina; me hace sentir tan diminuta que siento que a un lado de eso me derrumbo, me apasiono cada vez que lo leo, siento que me convierto en cenizas, tanto por el propósito del texto como por lo perfecto que es. Siento que este poema me da lo que quiero y lo que no quiero tener, me brinda el placer de que su perfección no fue debido a que su género es romántico, ni épico y mucho menos de protesta. Me ha ayudado a definir en pocas palabras lo que realmente me gusta en la poesía: los diversos colores reflejados por el cristal, pero, aunque sean tan diferentes los colores todos son maravillosos. Y a pesar de que me muestra lo que aparentemente no quiero ver, me encanta porque siento que de esa forma me da el golpe en la cabeza que necesito para poder reaccionar.
Me encantaría que alguno de ustedes en un futuro no muy lejano, me ayudara a ver qué color es el que vio, porque amaría ver todas las caras de este bello cristal.

Lilith

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