martes, 25 de febrero de 2020

3 Minutos

Al despedirse la hora mágica, mi abuela siempre me cuenta un cuento, el cual es el que hace brillar mis ojos como dos hermosas perlas contra el sol. Lo que me intriga cada noche es que jamás puedo escuchar el final, todas las veces que me lo lee, me quedo dormido, aunque sea a la mitad de la historia.
“Nadie habría podido imaginar lo que iba a suceder en el breve tiempo que tardaba en cocerse un huevo pasado por el agua. Tres minutos podrían cambiar el destino”.


Qué rápido se durmió esta vez, últimamente duerme muy de prisa. Debe de ser porque ha comenzado a estudiar, además de cuidar a su hermanito menor y ayudarle a su mamá en la casa y en el trabajo. Pobre de mi pequeño demonio, al menos ha llegado a las partes importantes. Ya descubrirá más de la historia por sí mismo.


“Nadie habría podido imaginar lo que iba a suceder en el breve tiempo que tardaba en cocerse un huevo pasado por el agua. Tres minutos podrían cambiar el destino”.


       -Hijo, tengo algo que decirte. Tu abuela murió
       -…

No pude soportarlo, así que fui a crear mares de tristeza con mis ojos. Yo sé que ya no era el mismo chiquillo de kinder o primaria, pero ella era el padre que nunca tuve. No pude resistir llorarle como la muerte de un padre. Me deprimí por un año. Trabajaba e intenté estudiar, pero no podía concentrarme, cada vez que llegaba a la casa estaba con la ilusión de verla de nuevo, ahí sentada en la esquina con sus amigas, pero al regresar a casa me abofeteaba la misma ilusión que me perseguía encontrando a sus amigas en sus hogares, porque ya no era lo mismo para ellas estar sin mi abuela.

“Nadie habría podido imaginar lo que podía suceder en el breve tiempo que taraba en cocerse un huevo pasado por el agua. Tres minutos podían cambiar el destino”.

¿Qué tendrá Sebastián? No sé qué hacer para ayudar a mi propio hijo, me siento inútil. No puede dormir, no puedo hacerle ni un té para que duerma porque no coincidimos en horarios, no sé qué hacer. Ay, madre, si tan solo estuvieras aquí. Y este dolor que no me deja avanzar, siento que arrastro una roca pesada que debo de cargar porque no me puedo deshacer de ella. No sé qué podría hacer.


       -Buenos días, hace mucho tiempo que no te veía, te ves muy grande. ¿Qué tal todo? ¿Tienes novia? Cuéntamelo todo mi chiquillo.
       -¿Abuela?
       -Sí, dime.
       -¿En serio eres tu?
       -Sí, ¿qué sucede?
       -Abuela, tú moriste.
       -Lo sé, pero no he podido descansar por el dolor que sufren tu mamá y tú.
       -Lo siento. No es nuestra intención, pero es muy doloroso.
       -Lo sé, mi pequeño demonio. Pero te propongo algo.
       -Sí, dime.
       -¿Qué te parece, si los acompaño un rato más? Por un tiempo definidamente indefinido.
       -¿A qué te refieres abuela?
       -Mira, en las noches, cuando estés a punto de irte a la cama te leeré tu cuento favorito “Tres minutos”. Dejaré de venir cuando hayas escuchado el final.
       -Ok. Me parece perfecto.

“Nadie habría podido imaginar lo que iba a suceder en el breve tiempo que tardaba en cocerse un huevo pasado por el agua. Tres minutos podían cambiar el destino”.

       -A los 30 años de edad, al haber pasado por mucho dolor y haber tenido que batallar en la vida. decide junto con su madre, realizar un acto de amor extremo.


Se encuentran en la orilla del mar, nadan hasta donde ya no pueden más, Sebastián toma un cuchillo que guardaba en su bolsillo trasero, su madre lo toma para abrirse, profundamente, las sangraduras. Sebastián hace lo mismo, mientras acostados boca arriba en su cama de olas, ven el cielo y los resplandecientes diamantes que lo acompañan.

Ellos, decidieron hacerlo no por tristeza. Sino porque decían que la felicidad no solo podría encontrarse en vida.

Sebastián escuchó el final de su cuento favorito, mientras estaba observando las estrellas, oliendo la brisa del mar, sintiendo como las olas hacían mover todo su cuerpo, al mismo tiempo que le daba alegría, dejaba por escrito en rojo, su destino, ese fantástico cuento.


“Nadie habría podido imaginar lo que iba a suceder en el breve tiempo que tardaba en cocerse un huevo pasado por el agua. Tres minutos podrían cambiar el destino”.

Lilith

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