sábado, 20 de julio de 2019

Locos Por Nuestro País: el estigma sobre la salud mental en México

El miércoles 18 de enero del 2017, alrededor de las 8am, un estudiante de 15 años abrió fuego hacia sus compañeros y su maestra en una escuela privada en Monterrey. Después de herir a 4, el estudiante apuntó la pistola a su cabeza y disparó un último tiro. Fue declarado muerto en el hospital unas horas más tarde.

Al paso que la noticia se propaga por el país, también lo hizo el video tomado de la cámara de seguridad dentro del salón. Miguel Ángel Osorio Chong, entonces Secretario de Gobernación, declaró que había instruido a la verificación de las imágenes que circulaban en redes sociales, y que la dignidad de las victimas fuera respetada. Sin embargo, la identidad del tirador (quien tenía 15 años) fue manejada de diferente forma: pronto se dio a conocer el nombre del estudiante—Federico Guevara—y que la pistola pertenecía a su padre.

En una conferencia de prensa posterior, se dio a conocer que Federico sufría problemas psicológicos y recibía tratamiento para depresión. Hubo comentarios por personajes como Aldo Fasci (“Necesitamos tener más cuidado con nuestros hijos. Esto es sin duda resultado de lo que él veía en redes sociales que sucedía en otros países.”), Jaime Rodríguez (“Las familias deben ayudar y cooperar con maestros para identificar a niños con problemas similares.”) y Enrique Peña Nieto (“Sucesos como estos están más allá de nuestro entendimiento.”).
Colegio Americano del Noreste de Monterrey, lugar del suceso.

En México pedir ayuda, un eufemismo para tratamiento, muchas veces es percibido como una medida extrema; tenemos una reputación de ser gente feliz y fuerte. El hecho de que la medicina ahora sea un tratamiento más común para las enfermedades mentales que la terapia es un cambio relativamente reciente del cual no se habla mucho. Personalmente, pienso que desequilibrios químicos en el cerebro deberían ser tratados con drogas específicas, pero también reconozco que su eficacia (específicamente comparada con ciertas terapias) aún no está bien determinada.

Aunque tiroteos escolares son extremadamente raros en México, la violencia alrededor de este incidente no lo es. Desde el 2006, cuando el gobierno declaró la guerra contra el narcotráfico y puso a la milicia en las calles, desmantelando a los carteles más poderosos y fragmentándolos en grupos criminales más pequeños, el número de muertos se estima en más de 120’000, sin incluir a los desaparecidos.
La violencia, sin embargo, aún es percibida como parte de la psique personal: un temperamento oscuro con claros limites dentro del individuo. Las causas se encuentran en los videojuegos, la música, la televisión, y redes sociales. La “depresión” es vista como la causa, nunca el síntoma, de una masacre como la de Monterrey. Del presupuesto de salud nacional, solo el 2% es dirigido a tratar enfermedades mentales. El estigma aplica tanto para los enfermos como para personas neurodivergentes (autismo, dislexia, hiperactividad): una palabra como “depresión” funciona como un término general para cualquier cosa que pueda ir mal con la mente de una persona.

Parecería que culpar tragedias como esta en la “depresión” es una manera de usar estereotipos y el estigma mencionado para borrar una realidad que es mucho más compleja. Cuando decimos “está en nuestras manos trabajar en los valores familiares” o que “niños con problemas similares deben ser identificados por los padres y maestros”, o cuando decimos que un ataque fue “indudablemente” producto de las redes sociales, ¿qué estamos diciendo realmente? ¿Y qué silenciamos? ¿A quién estamos responsabilizando?

Mientras las enfermedades mentales sean vistas como asuntos privados (y el estigma alrededor de ellas continúe silenciando conversaciones sobre salud mental) corremos el riesgo de criminalizar a jóvenes adultos y sus familias, ignorando el hecho de que la depresión, como un sentimiento público, podría ser el reflejo de los más de 10 años de violencia que la sociedad mexicana a experimentado de manera diaria. Se convierte en un problema personal: el problema de un adolescente que se suicido y ya no posee una voz.

La manera en que los medios manejaron el tiroteo en Monterrey en conexión con salud mental es alarmante. No solo está el riesgo de culpabilizar a las víctimas, pero el de las medidas “preventivas” anunciadas por la SEP, que involucraban subir el monitoreo en las escuelas al revisar mochilas, lo cual es potencialmente perturbador: tales medidas son frecuentemente comparadas con violaciones de derechos individuales y podrían justificar el crecimiento del tipo de hipervigilancia que da lugar a un estado totalitario. ¿Qué otros métodos más severos se pondrán en pie si algo similar vuelve a suceder?

La pregunta de qué hace a un adolescente matar quizá nunca sea respondida en su totalidad. ¿Fue en efecto la depresión? ¿Fue porque creció en unos de los países más violentos del mundo en tiempo de guerra? ¿Fue porque sufría de bullying en la escuela? ¿Sufriendo calladamente hasta que decidió hacer algo al respecto? ¿Quizá sus padres no eran lo suficientemente atentos?

En Facebook, una comparte la noticia y escribe: “Comprendo que la depresión sea un aspecto clave del caso, pero lo que no entiendo es la violencia infligida a otros”. Me pregunto si piensa en la violencia de la cual ella es testigo día a día, o que tan común la palabra “loco” es suficiente para descartar una plática sobre la salud mental.

AGC

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