Algún día en aquella primavera de aquél año me di cuenta de que las estrellas extrañaban a mis ojos más de lo que
mis ojos las extrañaban a ellas.
Estaba sin ánimos de seguir explorando, de seguir escribiendo. De la gente desconfiaba y ya no los encontraba.
Aislado estaba para no entrometernos con la gente que habla de otra gente y que pierde su tiempo olvidando el
cuidado de su mujer y ésta termina sin servirle al hombre de la forma en la que tiene que ser.
El pueblo se pudre y terminan cometiendo un feminicidio inlograble en el que la mujer moribunda pero inmortal no
deja de lanzar gritos difícilmente percibibles.
Yo, en mi aislada montaña, felizmente deprimido. En paz conmigo mismo. Tan en paz que me comenzó a
atormentar mi propio jardín. Dejé de ver las estrellas con ambición y ahí perdí mi mirada en el barro que tanto odio.
Inteligentes eran, pues se aprovecharon de mi debilidad. Me agarraron de la espalda y me llevaron a las tinieblas.
Me desollaron y me torturaron, pero no de la forma convencional. Me prometían la luz y me la quitaban cuando yo
estaba a punto de alcanzarla.
Necio yo, intentando encontrar algo que ya había encontrado ya en aquella pirámide invertida equilibrada en su
propia punta.
Ciego yo que ya había encontrado luz y aún estaba buscando una luz falsa.
Inteligentes fueron, pues aprovecharon de mis débiles piernas que se atrofiaron por no bajar al valle. Pero brutas
fueron también, pues no contaban que mis rodillas no tocaban suelo si no era por venerar a la luz.
Querían arrodillarme ante las tinieblas para atarme al barro y que de este no pudiera salir. Querían que durmiera
convirtiéndome en lo que yo más odiaba.
En ese momento grité y me libré de estos impuros, pues lo mío era buscar las estrellas. Y para alcanzar a estas tenía
que volver al valle, pues la llave a la cúpula celeste está en el valle. Las mujeres me darían esta llave al salvarlas.
Me di cuenta del trabajo que tenía que hacer. Mi deber es bajar a salvar a estas pobres mujeres de su sufrimiento.
Hablar entre el pueblo para que escuche y despierte. Que se levante en letras y busque a los impuros. Que vaya a las
tinieblas a llenar de luz y que los impuros huyan aterrorizados. Que las llamas se apaciguen y que la paz reine en el
valle.
Mi trabajo ahora es trabajar. Mi oratoria será hablar. Mi deseo será cumplir. Mi vida será vivir y mi muerte morirá.
Que mi voz resuene y el eco nunca calle, porque mi ocaso no llegará.
Fibonacci
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