Paseaba por
el campo mientras me dejaba envolver por la música que a lo lejos se escuchaba.
Eran tan buenas canciones que decidí ir tras ellas, así comenzó mi travesía.
Mis cuatro patas se movían con ritmo, estaba
dando
alegres brincos, al miso tiempo que mi cabeza sufría del miso mal. Con mi frente en alto disfrutaba del aire fresco y del día soleado, un
mangnifico pincelazo azul en el cielo me inspiraba a caminar por horas, lo cual
hice. Mucha gente intentaba acercarse a mí, hacían “aww”, en un día
normal me habría molestado, pero ese día me sentía de buenas por lo que jugué
con todos ellos. Cuando intentaban tocarme me tiraba al suelo para luego corer
a toda velocidad y ocultarme entre las hierbas. De esa forma lograba
desconcertarlos y salir de entre las hierbas hacia sus pies. Logré jugar con
diez personas. El sol estaba cayendo a los brazos de la luna creando una paleta
de colorescálidos. Me percaté de que el campo verde con pocas flores blancas se
convirtió en un sofisticado arcoiris de tulipanes. Lejos de nuestro
protagonista se veían un par de personas confundidas, ya que él estaba saltando
y destrozando la cosecha de tulipanes de éstos hombres, cuando se dieron cuenta
de los destrozos tomaron un rociador de agua para alejarlo. “¡Diablos!” Tuve
que correr, esos hombres sí que se enojaron, aunque me encantó la brisa que me
estaban dando.
Al fin llegué
a la música, dos chicas, un hombre, un perro y un gato negro (ahora que
recuerdo, conozco al gato negro, es mi amiga. Aunque no hablamos mucho). Una
charla con el gato negro comenzó. Seguí a todos, puesto que paseaban y me
causaba una agobiante intriga como un gato puede convivir con un perro tan
tosco y estupido. Llamé su atención con un “meow” la chica de cabello largo con
un piercing en la lengua se aproxima a toda velocidad, por lo que corro y no
dejo que me toque, después se desacelera. Dejé que me diera una caricia. La
familia extraña llegó a la puerta de su casa, todos hablaban de mí. Al final
entraron y unos segundos después me dieron comida y la chica con un piercing en
la ceja se acerca lentamente, extendió su mano para acariciarme; caí. No pude
evitar ir desenfrenadamente hacía su mano y ronronear. No sé que tenía esa
chica, pero me ganó.
Cada noche el
hombre con tatuajes gritaba “¡Chostoro!”, la chica del piercing en la lengua se
emputaba, pero al final ése fue siendo mi nombre. Así me uní a esta familia tan peculiar. Nunca me
habia sentido, pero tampoco sabia lo que era tener compañía. Acepté esta
familia y mi nombre: “Chostoro”.
Lilith
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