sábado, 11 de julio de 2020

Chostoro

Paseaba por el campo mientras me dejaba envolver por la música que a lo lejos se escuchaba.


Eran tan buenas canciones que decidí ir tras ellas, así comenzó mi travesía. Mis cuatro patas se movían con ritmo, estaba dando alegres brincos, al miso tiempo que mi cabeza sufría del miso mal. Con mi frente en alto disfrutaba del aire fresco y del día soleado, un mangnifico pincelazo azul en el cielo me inspiraba a caminar por horas, lo cual hice. Mucha gente intentaba acercarse a mí, hacían “aww”, en un día normal me habría molestado, pero ese día me sentía de buenas por lo que jugué con todos ellos. Cuando intentaban tocarme me tiraba al suelo para luego corer a toda velocidad y ocultarme entre las hierbas. De esa forma lograba desconcertarlos y salir de entre las hierbas hacia sus pies. Logré jugar con diez personas. El sol estaba cayendo a los brazos de la luna creando una paleta de colorescálidos. Me percaté de que el campo verde con pocas flores blancas se convirtió en un sofisticado arcoiris de tulipanes. Lejos de nuestro protagonista se veían un par de personas confundidas, ya que él estaba saltando y destrozando la cosecha de tulipanes de éstos hombres, cuando se dieron cuenta de los destrozos tomaron un rociador de agua para alejarlo. “¡Diablos!” Tuve que correr, esos hombres sí que se enojaron, aunque me encantó la brisa que me estaban dando.

 

Al fin llegué a la música, dos chicas, un hombre, un perro y un gato negro (ahora que recuerdo, conozco al gato negro, es mi amiga. Aunque no hablamos mucho). Una charla con el gato negro comenzó. Seguí a todos, puesto que paseaban y me causaba una agobiante intriga como un gato puede convivir con un perro tan tosco y estupido. Llamé su atención con un “meow” la chica de cabello largo con un piercing en la lengua se aproxima a toda velocidad, por lo que corro y no dejo que me toque, después se desacelera. Dejé que me diera una caricia. La familia extraña llegó a la puerta de su casa, todos hablaban de mí. Al final entraron y unos segundos después me dieron comida y la chica con un piercing en la ceja se acerca lentamente, extendió su mano para acariciarme; caí. No pude evitar ir desenfrenadamente hacía su mano y ronronear. No sé que tenía esa chica, pero me ganó.

Cada noche el hombre con tatuajes gritaba “¡Chostoro!”, la chica del piercing en la lengua se emputaba, pero al final ése fue siendo mi nombre. Así me uní a esta familia tan peculiar. Nunca me habia sentido, pero tampoco sabia lo que era tener compañía. Acepté esta familia y mi nombre: “Chostoro”.

Lilith

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