lunes, 6 de abril de 2020

Tu Vida

Un día como cualquier otro comienza a surgir algo que afecta a la sociedad, una enfermedad que es terriblemente contagiosa, de la que casi nadie sale con vida. Pues has podido observar que, quien se va, ya no vuelve jamás. Quien deja su residencia, su familia. Se aleja para siempre. Aquel niño que eras, comienza a madurar, no por la edad. Comienzas a madurar porque tienes que hacerlo, tienes que aprender a cuidarte, tienes que aprender a como sobrellevar tu nueva vida, puesto que tus padres te han demostrado lo cruda que es la realidad. Lo idiota que puede llegar a ser la gente.



No, idiotas no. Egoístas. Eso es lo que son, eso es lo que es la humanidad. Si no tienen algún bonito recuerdo de ti, te vuelves igual de importante que un número. Aquello que es un símbolo, no existes. Esa es la importancia de ser alguien valorado por la sociedad. Si te valoran, te ayudan. Si no te valoran, o eres importante, te botan.

No podías dejar de pensar en eso, aquel pensamiento que te abrumaba cada noche de tu existencia. Lo curioso es que desde antes de que pasara esa terrible enfermedad a arrasar con la existencia humana, ya tenías esos pensamientos. El valor de las cosas, las matemáticas “lógicas”. Claramente no lo son, no puedes llamar lógico a algo que no existe, no puedes convertir letras en números y esos números en valores. No puedes medir cosas cuando ni siquiera usas cosas reales para medir, utilizas algo “aparentemente simple y universal”. Las matemáticas son tan difíciles porque no existen. Son casi tan difíciles como comprender un lenguaje en su totalidad y memorizar todo. Algo tan estúpido, pero quien lo logra es un como un dios. Porque ha podido construir algo.

Aunque, en realidad todos somos dioses. Todos podemos inventar cosas, hemos inventado desde una palabra que no existe, hasta una simple frase emotiva. Ahí comienza tu descuido, en donde miles de pensamientos te agobian, te vuelven loco. Es inevitable poder seguir cuerdamente cuando todo se va en picada a un profundo y obscuro pozo. Ahí caes. Ni un sonido de tu caída resuena. A lo lejos solo se puede ver el rebote del agua en el cielo. Ese breve y pequeño chispoteo parece ser invisible. Pues nadie se da cuenta de que desapareciste.

La gente comienza a actuar, solo actúa. No analiza. En ellos no hay un aire de cordura. Me parece tonto que se arrebaten lo indispensable, cuando pueden compartir. Cuando todos podemos llegar a vivir igual de mal, pero vivir. Solo que aquí surge el egoísmo. El pensar que valen más que los demás, pero en realidad todos valemos lo mismo. Todos valemos nada o todo. Depende desde donde lo vean.

Una parte de ti, quería pasar desapercibido. Querías que dejaran de hablar esos pensamientos, te querías volver alguien ignorante, alguien que no entiende. Un cavernícola. No lo logré, no puedo, no pude. No dejo de pensar en las cosas que podrían ser, no puedo dejar de conjugar ese verbo que no existe. Ese “hubiera”. Me parece tan asfixiante que la gente no vea lo sencilla que puede llegar a ser la vida, lo simple que es.

Lo más terrorífico de esta situación no era la enfermedad, no era ese virus tan contagioso y letal. Lo más aterrador, eso que no te dejaba dormir por las noches. Era la humanidad. Ahora entiendes cómo se sentían los animales que eran heridos por algún cazador y sentían como su vida se les era arrebatada, sentían como su existencia se extinguía al paso de que la sangre se derramaba en el suelo.  Ahora entiendo ese terror. Mi padre siempre me dijo que la humanidad era un asco, que la vida es injusta, que la vida puede llegar a complicarse mucho. Pero, al menos, me enseñó a verla como algo más simple de lo que parece, a dejar de darle vueltas al asunto, a parar de esquivar el problema. Para darle la cara de frente y decirle “aquí estoy y no te tengo miedo”.

La vida era simple, la vida era solo buscar comida y un hogar. El virus hizo que la gente sacara lo peor de ellas mismas. Pude ver cómo la gente se colgaba de sus cortineros por aburrimiento, pude ver como gente se estrellaba contra el suelo porque no creía poder seguir viviendo así. En un mundo donde eras cazado por el aburrimiento o por los bandidos, la gente más mierda del mundo, regaba con sangre los campos, hacía que una tormenta de gritos hundiera los valles, las calles y las ciudades. La humanidad se volvía cada vez más sádica. No volvieron a ser cavernícolas, se volvieron personas que a diestra y siniestra asesinaban, violaban y robaban a las personas. Me daba felicidad el que existiese menos gente malgastando el planeta, pero la poca que queda era la gente que estaba más desvinculada de su empatía. De su humanidad.
“Humanidad” ese concepto dejó de ser lo que era. Ahora era sinónimo de desidia, de negligencia, de insolencia, de inmoralidad, de injusticia. Ahora significaba todo aquello que torturaba a las personas. Todo aquello que la gente comenzó a abrazar como si de su mejor amigo se tratara. La gente comenzó a infestarse de ese padecimiento.
Unos nueve meses después el planeta estaba curado de esa enfermedad. Sin embargo, las personas no eran las mismas. Te parecía extraño que tus amigos ya no quisieran hacer nada, ya no querían salir, estudiar, hablar, divertirse. Te parecía extraño pues ahora no veías a tus amigos, ni siquiera observabas existencia. Solo algo.
Sangre se derramaba de sus macetas, de aquellas azoteas que les daban vida a sus ideas, a sus pensamientos, a ese cuerpo. Observé cómo sus metas, el sentido de su vida se desprendía suave y felizmente de sus mentes, cómo sus ideales se esfumaban.

Dos años más tarde, la humanidad recobró el rumbo. El sendero era casi el mismo que el de dos años atrás. Todos parecieron olvidar las atrocidades que hicieron, todo pareció estar perdonado. Tú jamás volviste a ser el mismo, pues no parabas de observar que las personas no tenían esencia. Te era más fácil conectar con una máquina que con una persona de carne y hueso.

¡No puedo! ¡Ya no puedo más! Estoy harto de ser la única persona que ve lo importante. Si alguien no tiene esencia no puedo hablar con esa persona. Para mí, la pandemia, la enfermedad atroz, que arraso con todo, seguía en vida. Seguía propagándose. La humanidad está infestada, está plagada por ignorancia propia, por la pérdida de vivir, de ser feliz sin tener que deberle algo a alguien. Sin tener el miedo de mañana no obtener comida, de no tener un hogar, una cobija. Tiempo después me di cuenta de que, en realidad, yo no importaba.

Te diste cuenta de que tú, dejaste de ser visto, de ser escuchado. Te volviste un muerto en vida para los demás, pero en realidad estabas más vivo que la humanidad. No te importaba el hecho de ser ignorado, de no ser escuchado o tomado en cuenta. Puesto que para ti la humanidad ya estaba muerta.  Al terminar esa pandemia, te comenzaste a dar cuenta de lo que en verdad importaba. Esas pequeñas cosas valiosas que no les podían poner un precio. Una casa, una comida, una persona de compañía y lo más importante; sentir, ser un ignorante con el propósito de dejar de serlo, dejar de ser alguien que sigue a la mayoría, apreciar las experiencias placenteras, las experiencias que te ayudan a progresar, los errores.
Te diste cuenta de que la humanidad siempre ha estado enferma, jamás ha sido “aparentemente sana”, puesto que siempre veían que el poder y la ignorancia eran las cosas de mayor importancia. El no tener metas propias, un sentido de vida, era la moda. Era y siempre ha sido importante querer estar valorado por los demás, al menos, por el carisma. “Así no se olvidarán de mí” “así tendrán que ser amables porque yo lo fui, me tendrán que ayudar a sobrevivir”.
La humanidad sigue enferma. Puesto que no le podemos llamar “humanidad” a algo que nunca lo fue.

Lilith

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